¿Cuál es el papel de la psicología organizacional en la empresa del siglo XXI?

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¿Cuál es el papel de la psicología organizacional en la empresa del siglo XXI?

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La psicología organizacional es una ciencia que estudia el comportamiento del ser humano en las organizaciones (sistemas diseñados para alcanzar unos objetivos o metas concretos, que actúan de forma coordinada y con sujeción a unas normas), ya sean empresas, organismos públicos, instituciones de enseñanza o cualquier otra en la que se desempeñe una actividad laboral.

La psicología organizacional no estudia tanto la complejidad de la empresa como sistema, sino al individuo como parte integrante del mismo. El papel de la piscología organizacional ha sido relevante desde sus inicios durante la era industrial hasta su consolidación en los años 70 del pasado siglo, pero queremos dedicarle este post debido a nuestro convencimiento de que su papel irá adquiriendo cada vez mayor resonancia en el futuro inmediato.

¿En qué basamos esta suposición? Consideramos que el papel que la tecnología aporta, y seguirá aportando en la mayoría de los ámbitos profesionales, pondrá en el centro de la productividad el desarrollo de equipos de trabajo y la capacidad de interrelación entre ellos, siendo la gestión de los sentimientos, la motivación, la inteligencia emocional -en definitiva, el comportamiento de la persona en la organización, como individuo y como grupo- un elemento de gran relevancia para alcanzar las metas empresariales. La tecnología iguala productos, la diferenciación estará en los servicios y en la satisfacción que se proporcione al cliente, que a su vez estará íntimamente vinculada a la satisfacción del propio profesional que lo presta.

La tecnología está permitiendo una mayor eficacia en las tareas, reducción de costes de producción, y una automatización considerable de todas las áreas de la empresa, ya sean comerciales, productivas o de soporte. La cantidad de información que se maneja cada vez es mayor, y está disponible de una forma mucho más inmediata. De todo ello se deduce que la empresa ya no necesitará tanto grandes especialistas, sino profesionales capaces de convertir esa información en conocimiento, capaces de mantenerse en una actividad de aprendizaje y mejora continuos. Personas curiosas e inquietas que pongan la tecnología al servicio de sus funciones y que lejos de verse sobrepasados por ella sepan sacarle el máximo rendimiento.

En la organización del siglo XXI las funciones de los diferentes profesionales se desdibujan y pierden sus límites, para dar paso a objetivos más amplios, en los que las interrelaciones entre distintas disciplinas permiten a las compañías aportar valor a sus clientes y a la sociedad en su conjunto, integrando además la actividad empresarial con la responsabilidad social corporativa, de manera que el trabajo se vuelve más enriquecedor y solidario, orientado a las personas.

Es aquí donde pensamos que el papel de la psicología organizacional encuentra su eficacia, poniendo el acento en la gestión de las relaciones humanas en la empresa; gestionando los canales de comunicación, el compromiso, la diversidad (intergeneracional, intercultural, etc.); destacando la importancia de que las organizaciones, además de trabajar para alcanzar sus objetivos empresariales, aporten iniciativas que contribuyan al desarrollo de la sociedad en la que operan, y esto pueden hacerlo a través de sus productos y servicios y también a través de sus empleados, motivados para dar mayor alcance a su trabajo.

El papel del psicólogo del trabajo en la empresa del siglo XXI sería por tanto aportar valor en la gestión del amplio abanico de emociones que se suscitan en el ámbito laboral, determinantes para la buena marcha de los equipos de trabajo, y  potenciar un contexto en el que se establezcan relaciones sanas y constructivas entre todos los miembros de la organización, utilizando para ello herramientas tales como  mentoring o coaching, pero sobre todo fomentando entre los responsables la idea de que el profesional va completo a su puesto de trabajo, con sus conocimientos y experiencia, y además, con sus sentimientos, emociones, intereses y modos de ver el mundo, y que estas diferencias son las que debemos gestionar para conseguir que cada profesional dé lo mejor de sí.

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